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Una reflexión necesaria

 

 

Como persona con discapacidad siempre he sido defensora de los derechos de mis iguales, en el entendido de que muchas veces estos son vulnerados y se discrimina sin razón valedera. Sin embargo, eso no quiere decir que no existan circunstancias en las que personas con discapacidad hagan uso incorrecto de su condición en su propio beneficio. Es triste ver a personas utilizando la discapacidad como una ventaja táctica en su estrategia de golpear como persona en pleno uso de sus facultades y habilidades y cuando se les responde en su mismo lenguaje y forma transformarse y defenderse como poco menos que mansos corderitos, como personas incapaces de producir ningún mal y lo peor de todo, como víctimas de quienes ellos trataron de ser victimarios.

Soy de quienes piensa que, si en verdad se quiere que los sujetos sean personas de derecho en igualdad, esos derechos también generan deberes que los sujetos no pueden negarse a cumplir sin correr el riesgo de perderlos. No se puede ser víctima para reclamar derechos y agresor cuando se necesite cumplir con los deberes. Si un individuo para hacer el mal actúa con la frialdad de un malhechor, por qué en el momento de aplicarse la ley habría que tomar en consideración alguna discapacidad de esta persona. De ser así, por qué para que cumpla con el deber de ser un ciudadano correcto y justo con sus  pares hay que considerarle y tratarle de un modo distinto a como merece con el agravante de que, amparado en su discapacidad, se le otorgue una licencia o un derecho especial a continuar haciendo el mal sin exigírsele que a cambio cumpla con los deberes que demanda la buena convivencia ciudadana.

Sin dudas, hablar de derecho unido a la discapacidad podría parecer hasta cruel visto desde fuera del mundo de la discapacidad, pero el mal existe en el alma humana y esa alma no hace diferenciación entre personas con o sin discapacidad, ya que del mismo modo que entre las personas existen los crueles y los bondadosos, nuestro mundo de la discapacidad encierra los mismos valores y semejantes escalas. Por eso no es de extrañar que una persona con determinada discapacidad delinca, pero no lo hace por su discapacidad sino porque es persona de malos sentimientos porque es indudable que entre las personas existe el bien y el mal, así como la bondad y la crueldad. Por ello, está claro que un certificado de discapacidad solo dice de qué padeces o cuál es tu condición, no quién, en realidad, eres, si cumples o no con tu trabajo, si eres persona confiable o entregada a la maldad, si haces buen uso de tus capacidades o si estas solo son un instrumento del mal en tus manos. Un certificado de discapacidad no habla de comportamiento, ni de compañerismo, ni de buen desempeño laboral, solo dice que posees una discapacidad.

Si estamos exigiendo igualdad, no podemos confundirlo con privilegios para causar el mal y beneficiarnos en nombre de una discapacidad. Esa igualdad debe tener también un régimen de consecuencias para que nuestros derechos no nos sean vulnerados y para que la igualdad sea un hecho no solo para lo bueno o positivo como las oportunidades de estudio y el empleo, también para castigar el crimen y el abuso de confianza pues si queremos que la sociedad nos vea como algo más que simples discapacitados, debemos comenzar a actuar como personas que exigen igualdad de tratos y oportunidades y no insultantes privilegios.

Soy de opinión que debemos empezar a condenar el mal y la maldad venga de donde venga. No se condena con esto a la discapacidad, sino al mal que en ella convive del mismo modo que en la vida de las demás personas a las que llamamos normales. Hay que asumir las consecuencias de nuestros actos como seres humanos que nos debemos a los demás, a la convivencia pacífica y armoniosa, así como a la empatía y al bien.

Los deberes y los derechos deben dejar de ser un asunto de conveniencia para todos nosotros, especialmente, para las personas del mundo de la discapacidad ya que esta no impide ejecutar una labor productiva como bien se ha demostrado en España o en Estados Unidos. Por ello, somos nosotros los primeros que debemos aprender a tomarnos en serio para que el mundo nos tome en serio y como bien decía nuestro patricio Juan Pablo Duarte: “Sed justos lo primero, si queréis ser felices. Ese es el primer deber del hombre; y ser unidos, y así apagaréis la tea de la discordia…”